Nota de Martín Rivera para el diario La Nación
En el Tattersall de Palermo se vivió, una vez más, una noche especial. Un homenaje a las personas adultas con discapacidad mental severa que viven en Asana, una asociación que los contiene. Quienes trabajan allí aseguran que es más lo que aprenden de ellos que lo que pueden enseñarles. A través de una modalidad granja, Asana es un centro terapéutico con hogar en Escobar, provincia de Buenos Aires. Nació en 1976 cuando «un grupo de padres y de profesionales dedicados a la salud nos encontramos con la preocupación y la necesidad de crear un lugar de vida para el futuro de nuestros hijos», dijo en su momento Mercedes Braun, la fundadora de la entidad.
Con la idea de que este hogar y su predio rodeado de la naturaleza sea sustentable, se emprendió una obra para albergar a más residentes, 52 en total, una gesta que llegó a su fin a través de generosas donaciones, pero que desde hace un año y medio que está inmerso en una nueva lucha: la burocracia de la habilitación. «Cuando la municipalidad apruebe los planos de la ampliación vamos a poder dar alojamiento permanente a 52 personas. Por cada persona que atendemos, mejora la vida también de su familia directa. En promedio, son 4 personas más que pueden desarrollar su vida, su trabajo, con la tranquilidad de que sus seres queridos están contenidos y contentos».
Mientras, la gente que siempre está para dar una mano se reunió nuevamente para juntar fondos para que Asana pueda seguir funcionando, aún con el atraso que muchas veces se da en el pago de las obras sociales. Denise Dumas, quien siempre está para oficiar de maestra de ceremonias en la cena anual, trajo una amiga sorpresa: Patricia Sosa que acudió para ayudar y también «donar» dos canciones.
Al frente de Asana, Martín Rivera cuenta su historia y la odisea de llevar adelante una organización de excelencia en un país como la Argentina, pero también la gratificación de trabajar en un lugar donde cada paso es un increíble y gratificante logro.
«Conocí ASANA a través de mi jefe, cuando trabajaba en Aguas Argentinas», cuenta. «Él tenía un hijo ahí y me propuso colaborar con el lugar. Nos pusimos a trabajar en temas de procesos, pero yo sin conocer Asana». Al tiempo, el abogado decidió dejar Aguas Argentinas y llegó el pedido de ayuda. «Yo contesté que iba a colaborar por 6 meses como máximo y acá estoy, hace ya 12 años».
Se declara «enamorado de Asana, de su gente, que define como «puentes al cielo, lo que te genera la doble obligación de hacer bien las cosas».Por otro lado, define a «Mecha» Mercedes Braun, quien falleció hace un año, como «la gran maestra del no juicio. Ella sostenía que no hace falta entender. Hay que acompañar».
«Detrás de este trabajo hay una importante dosis de vocación de servicio, pero la retribución emocional es inmensa».
Cuenta que al conocer a los residentes la primera imagen, la externa, es la más evidente, «pero al profundizar la relación se deja de ver lo externo, y empezás a conocer a la verdadera persona, que empieza a formar parte de tu vida. Es una mezcla de trabajo y familia por los nexos que se generan», afirma.
«Hay situaciones complicadas diariamente. Son personas extremadamente puras, sin maldad que dan mucho más de lo que reciben. Las situaciones más complejas «están más que en la realidad de los chicos, en sus familias, que tienen una gran pelea interior con las expectativas de vida de quienes tienen una discapacidad severa. Tienen que manejar estas expectativas para no vivir en un estado de frustración permanente». Cuenta que en el caso de uno de los residentes, por ejemplo, trabajaron 25 años para que una persona pudiera decir «hola». «Fue una fiesta. Esto, medido por los estándares generales, no es nada, pero para esa persona y para nosotros fue todo un logro».
¿Cómo lo hacen? «Estamos permanentemente reinventando el mundo. Significa adaptarlo a sus necesidades y posibilidades, y también lograr que su círculo de pertenencia se vaya ampliando en las mejores condiciones posibles. No se puede medir el esfuerzo y los logros con la vara en que se miden el resto de las cosas. Por otro lado, generamos espacios donde puedan comunicarse con pares, como la huerta, la cocina etc».
«Una persona alcanza su plenitud cuando consigue desarrollar el potencial o los potenciales que tiene. Ellos están satisfechos cuando consiguen un trabajo bien hecho. Poder envasar un condimento, por ejemplo. Desde este punto de vista, que es prelaboral pero no necesariamente comercial, tiene un valor enorme», dice. Antes de que se llegue al resultado final, «ellos desarrollan distintas tareas que son básicas y repetitivas, donde se incorpora una parte del proceso. que es muy sencillo». También llevan adelante tareas más plásticas, como decorar macetas, o hacer un cuadro con broches de ropa, que se vende. «Hay que probar distintas cosas porque se fracasa mucho y adecuarse a las posibilidades que tienen y a sus intereses».
Para 2019, Asana organiza un encuentro sobre el tema que más conoce: el 1° Congreso Argentino de Trastornos del Neurodesarrollo: transición de la adolescencia a la vida adulta.
Por Paula Urien, 2 de septiembre de 2018